Hay quienes creen que las cosas que acontecen ya están escritas, y que se cumplirán no importa lo que el hombre haga para evitarlas.
A la luz de esta definición, la respuesta a la pregunta que le da título a nuestra discusión sería, a todas luces, sí, Pedro tenía que negar a Jesús.
Sin embargo, entendiendo que el destino no es un concepto hebreo, ni bíblico, sino griego, filosófico, la respuesta a nuestra inquietud cambia, y el espíritu se abre a la revelación de una razón espiritual que pocas veces hemos considerado como posible.
Pedro negó que conocía, y que era discípulo de Jesús, porque se había posado sobre él un manto de tinieblas que cegó su entendimiento. Horas antes de tales negaciones, Jesús mismo le había advertido: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como á trigo; (Lucas 22.31), pero Pedro no le vio el peso espiritual de tal advertencia.
De hecho, el relato del Evangelio de Mateo registra que Jesús tomó a Pedro ya los dos hijos de Zebedeo, aparte, y le dijo a Pedro: ¿Así no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu á la verdad está presto, mas la carne enferma (Mateo 26:40,41).
Y esto lo hizo por tres ocasiones consecutivas, de las cuales, en ninguna de ellas pudo cumplir, pues el texto relata que los ojos de ellos estaban agravados (vrs. 43).
Pedro estaba bajo un hechizo, un manto de angustia y estupor, que no le permitió ver la realidad espiritual de aquella noche. Noche que aunque celebraban la cena del cordero pascual (Pesaj), cena de recordación de la liberación de la esclavitud, Satanás había desplegado en el lugar una actividad de cautividad, pues en el desarrollo de la cena, se describe en torno a Judas Iscariote, que tras el bocado Satanás entró en él (Juan 13.27).
Este manto de cautividad provocó que Pedro respondiera con miedo y temor en las tres ocasiones que fue inquirido acerca de su relación con Jesús.
No necesariamente lo que tenemos que hacer está ya escrito. Las cosas no acontecen tampoco por consecuencia de la relación causa-efecto, pues su definición es científica aunque muchas veces la introducimos en el ámbito religioso bajo la concepción de causalidad.
Para uno que ha nacido del agua y del Espíritu (Juan 3.5), todo tiene una respuesta espiritual. Negarla, u obviarla, nos puede conducir a incurrir en el error de Pedro.
Pastor Montoya
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