Tema 3: El mismo sentir que hubo en Cristo Jesús
Hasta ahora, hemos explorado con mayor detalle las definiciones de la doctrina de la perfección. A diferencia de otras doctrinas, como el bautismo, cuyos ritos son ampliamente comprendidos, la perfección abarca múltiples dimensiones: trasciende lo individual y se extiende a nuestras acciones, posesiones y compromisos. Lo que queda inconcluso no alcanza la completitud y, por tanto, no puede considerarse perfecto. En las Escrituras, el juicio recae no solo sobre el acto, sino sobre quien lo realiza. Por ejemplo, en los sacrificios del Antiguo Testamento, un animal defectuoso no solo era rechazado, sino que reflejaba la imperfección de quien lo ofrecía, afectando su condición espiritual.
La singularidad de esta doctrina radica en su amplitud. Considera lo incompleto o en desarrollo como imperfección que impacta al individuo, vinculándose profundamente con la consagración y la santidad. Consagrar implica apartar algo exclusivamente para el servicio al Señor, pero para ser digno de ello, debe estar libre de defectos. Si lo consagrado se usa para fines ordinarios, pierde su santidad, como ilustra Santiago 3:11-12: «¿Acaso una fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?«. Esta separación nítida entre lo sagrado y lo profano exige una entrega total, sin ambigüedad.
¿Qué veremos a continuación?
La Doctrina de la Perfección trata sobre vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Se enfoca en tres cosas principales: integridad (ser honesto y justo), justicia (dar a cada uno lo que merece) y desprendimiento (dar sin esperar nada a cambio). Estas acciones reflejan el carácter de Dios y nos ayudan a alinearnos con su propósito.
La Perfección en el Lenguaje Hebreo: 2 Samuel 22:24-26
En 2 Samuel 22:24-26, leemos: «Fui íntegro para con él y me guardé de mi iniquidad. Me remuneró Jehová conforme a mi justicia y conforme a mi limpieza delante de sus ojos. Con el bueno eres benigno, y con el íntegro te muestras íntegro«. Aquí, la palabra hebrea tam (perfecto, íntegro) y su plural tammin abarcan rectitud, integridad y justicia. Estos términos, derivados de la misma raíz, sugieren una vida que otorga a cada uno lo que le corresponde, reflejando equidad y plenitud. El versículo 26, «Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro«, destaca que la perfección es un reflejo de la relación recíproca entre Dios y el hombre.
La Perfección como Justicia e Integridad
Este principio se amplifica en Proverbios 26:5 («Contesta al necio según su necedad«), donde la perfección implica actuar con justicia y precisión, dando a cada uno lo debido. En el Nuevo Testamento, la parábola del siervo ingrato (Mateo 18:23-35) ilustra esto: el siervo perdonado no extendió la misma gracia a otro, mostrando su falta de justicia e integridad. Jesús lo reprende: «¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?» (v. 33). La perfección, aquí, es dar lo que se ha recibido, como refuerza Mateo 10:8: «Dad de gracia lo que de gracia habéis recibido.»
La Fe como Expresión de Perfección
La fe también se entrelaza con la perfección. Génesis 15:6 dice que a Abraham «le fue contada la fe por justicia«, mientras que Santiago 4:17 («Al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, se le cuenta por pecado«) y Romanos 14:23 («Todo lo que no proviene de fe es pecado«) indican que la ausencia de fe es imperfección. Hebreos 11:6 lo confirma: «Sin fe es imposible agradar a Dios«. La fe depende de la integridad; sin ella, no puede florecer, uniendo ambos conceptos bajo la raíz tam.
La Perfección en el Desprendimiento
Jesús profundiza esta enseñanza en Mateo 5:40-41: «Al que quiera quitarte la túnica, déjale también la capa; y a quien te obligue a llevar carga una milla, ve con él dos«. La perfección reside en dar sin reservas, no por obligación, sino por comprender el propósito divino. Pablo lo resume en Hechos 20:35: «Más bienaventurado es dar que recibir«. En Isaías 58, el ayuno trasciende la abstinencia física y se convierte en compartir, un desprendimiento que evita el apego a lo material. Por ejemplo, entregar una posesión valiosa, como una Biblia marcada con esfuerzo, enseña que la perfección no está en el objeto, sino en depender plenamente de Dios.
La Perfección en el Llamado Ministerial
Este desprendimiento se refleja en el ministerio. En Mateo 19:21, el joven rico rechaza el llamado al apostolado al no soltar sus bienes. En contraste, Abraham, al ofrecer a Isaac (Génesis 22:2), muestra que la entrega abre el camino a la perfección y al propósito divino. El ministerio no se define por el conocimiento, sino por la disposición a ceder. Pablo, de maestro a apóstol (Hechos 13:1; 1 Timoteo 2:7), ilustra cómo Dios trasciende los llamamientos al exigir entrega.
Conclusión La doctrina de la perfección, como revela Gálatas 6:7 («Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará«), exige integridad, justicia y fe expresadas en acciones concretas. No basta con buenas intenciones; la obediencia práctica, el desprendimiento y la equidad nos posicionan en el lugar que Dios diseñó. Salmos 18:25 lo resume: «Con el misericordioso te mostrarás misericordioso; con el íntegro te mostrarás íntegro.» La perfección no es un fin estático, sino un proceso de entrega y alineación con la voluntad divina.