Cantamos que Dios es grande pero no hemos experimentado su Grandeza; cantamos que Dios es nuestro socorro, pero muy pocos hemos dependido de Él como para esperar que Él nos socorra de las situaciones que enfrentamos. Así, de igual manera, cantamos de su sanidad, de su provisión, de su pronto auxilio, pero muchos no hemos vivido lo que confesamos.
Descubro, entonces, que cantos de aclamación, de exaltación, y aun de adoración, sin entender quién es Él, se convierten en simples consignas de una filosofía religiosa, popular, que no trasciende espiritualmente, y que en lugar de ayudarnos a crecer espiritualmente, nos hunden en una depresión existencial que promueve la creencia de que Dios tiene que moverse a través de los medios materiales que tenemos como única forma para que Él se manifieste a nosotros.
Para aclamar a Dios necesitamos, primero conocer quién es Él. Con justa razón ahora entiendo por qué el apóstol Pablo preguntó ¿Quién eres, Señor? Justamente antes de comenzar su ministerio.
Para aclamar a Dios necesitamos recibir un impacto en nuestro espíritu para poderlo entender. No se puede entender a Dios si El mismo no se revela a nosotros, como bien Jesús mismo lo expresó, cuando dijo: “Todas las cosas me son entregadas de mi Padre: y nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.”[1]
[1] Mat 11.27
pastor Montoya