Una de las primeras frases que aprendí de mi madre, cuando niño, fue la de Filipenses 4:13: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».
Hoy por la mañana, leyéndola de nuevo en mi tiempo devocional, se me destacó el hecho de que el apóstol Pablo declaró esta Palabra como una conclusión a su vida ministerial.
Se encontraba prisionero en Roma en los últimos días de su vida terrena. En su carta a los Filipenses les recuerda cómo llegó a ellos, y cómo sufrió persecución por causa de predicarles el Evangelio, y casi como una despedida, junto con esa también conocida frase de «prosigo al blanco», emerge la declaración de «Todo lo puedo en Cristo».
¿Cuántas veces hemos visto en esa expresión de Pablo una palabra de conquista, inclusive, aún de guerra espiritual? Pablo estaba resumiendo con ello que «las cosas que para él eran ganancias las había reputado como pérdidas»; estaba resumiendo su decisión de «ganar a Cristo y ser hallado en EL no teniendo su propia justicia, sino la que es por la fe de Cristo»; estaba resumiendo que durante su vida ministerial «había aprendido a contentarse con lo que tenía»; estaba resumiendo que «había aprendido a estar humillado, para tener hambre, como para padecer necesidad».
El «Todo lo puedo en Cristo» significaba un «haberse despojado — como Cristo— de la confianza en la carne» para que la Gloria de Dios se manifieste en su cuerpo, «por vida o por muerte: porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia».
Ante esta confrontación no me quedó más que admitir que tan lejos de la realidad había entendido esa expresión de Pablo. ¿Realmente todo lo puedo en Cristo que me fortalece?