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Destruyendo el Cuerpo de Pecado: Despojamiento y Restitución


Que la paz del Señor esté contigo y con tu familia. Que el Dios Todopoderoso te conceda gracia, misericordia y revelación para comprender Su palabra, para que tú y los tuyos puedan conocer la verdad que libera y caminar en la vida abundante que Jesús ofrece.

Hoy exploraremos un tema clave para quienes hemos aceptado a Jesús como Señor y Salvador: el cuerpo de pecado, mencionado por el apóstol Pablo en Romanos 6:6: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. ¿Qué significa este “cuerpo de pecado”? ¿A qué se refiere Pablo al hablar de este concepto? Es fundamental entender que el “viejo hombre” y el “cuerpo de pecado” no son lo mismo. El viejo hombre debe ser crucificado, mientras que el cuerpo de pecado debe ser destruido. Son dos realidades distintas que requieren nuestra atención.

¿Qué es el cuerpo de pecado?

El cuerpo de pecado no es sinónimo del viejo hombre. El viejo hombre representa la personalidad, los hábitos, las actitudes y los patrones de pensamiento que adquirimos cuando vivíamos apartados de Dios, en el mundo. Aunque hayamos venido a Cristo, esos patrones pueden persistir y deben ser crucificados, es decir, transformados por la renovación de nuestra mente hacia la mente de Cristo. Por otro lado, el cuerpo de pecado abarca todas las acciones, pensamientos, actitudes y posturas que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida, incluso antes de conocer a Cristo. Estas cosas, aunque creamos que han quedado en el pasado, siguen vivas y vigentes ante Dios hasta que las enfrentemos y las destruyamos.

La vida de fe en Cristo

Muchas personas, incluso con años en la fe, no comprenden en qué consiste la vida en Cristo. A menudo, se asocia con asistir a una iglesia, participar en actividades religiosas o cumplir con prácticas como ayunos y oración prolongada. Sin embargo, la vida de fe no se define por estas actividades externas, sino por un compromiso profundo con el Señor. La parábola de los talentos (Mateo 25) ilustra esto claramente: los siervos recibieron talentos según su capacidad, que no se refiere a habilidades o recursos, sino al nivel de compromiso con su señor. El siervo que recibió un talento fue reprendido como “malo y negligente” porque no mostró compromiso. La vida de fe es, ante todo, un compromiso personal con Dios.

El peso del cuerpo de pecado

El cuerpo de pecado actúa como un lastre que impide nuestro crecimiento espiritual. Según Hebreos 12:1, debemos “despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia, y correr con paciencia la carrera que tenemos por delante”. Este peso incluye no solo pecados evidentes, como vicios o actos contrarios a la voluntad de Dios, sino también pensamientos, actitudes, palabras y decisiones que hemos tomado a lo largo de la vida, incluso aquellas que consideramos insignificantes o del pasado. Mateo 12:36 nos advierte que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”, y 2 Corintios 5:10 afirma que “es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Esto no se aplica solo a los incrédulos, sino también a los creyentes, ya que el Tribunal de Cristo es exclusivo para los que forman parte del cuerpo de Cristo.

¿Cómo destruir el cuerpo de pecado?

Destruir el cuerpo de pecado no se logra con ayunos o largas horas de oración, aunque estas prácticas son valiosas. Primero, debemos identificar y deshacer cada acción, pensamiento, actitud o postura que hayamos tomado en contra de la voluntad de Dios. Esto implica revisar nuestro pasado, desde la infancia hasta el presente, y presentar cada acto ante Dios, reconociendo: “Señor, en tal momento hice esto, pensé esto, adopté esta actitud. No debí hacerlo. Ahora lo deshago ante Ti”. Por ejemplo, visitas a brujos, lecturas de cartas, palabras hirientes, engaños o actitudes de incredulidad son parte del cuerpo de pecado que sigue testificando en nuestra contra hasta que lo enfrentemos.

Efesios 5:11-13 nos exhorta: “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo”. Sacar estas cosas a la luz significa confesarlas y arrepentirnos específicamente ante Dios. El caso de Zaqueo (Lucas 19:7-9) es un ejemplo poderoso: “Viendo esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo con el cuádruple. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham”. Nadie le ordenó a Zaqueo hacer esto; la revelación de la palabra lo llevó a deshacer su cuerpo de pecado, y Jesús proclamó la salvación para su casa.

Consecuencias de ignorar el cuerpo de pecado

Muchos creyentes no avanzan en su fe porque el cuerpo de pecado los retiene como un ancla. Creemos erróneamente que al aceptar a Cristo, todo nuestro pasado queda automáticamente borrado. Aunque Dios perdona, las consecuencias de nuestros actos permanecen hasta que las enfrentemos. Por ejemplo, acciones como haber visitado un centro de espiritismo o haber dañado a otros no solo nos afectan a nosotros, sino también a nuestra familia, ya que la contaminación espiritual se extiende. Daniel, en el libro de Daniel, confesaba no solo sus pecados, sino los del pueblo, mostrando cómo el arrepentimiento colectivo también deshace el peso del pecado.

Llamado a la acción

No basta con decir: “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Esa promesa se cumple plenamente cuando destruimos el cuerpo de pecado. Cada acto, palabra, pensamiento o actitud debe ser llevado ante la presencia de Dios para ser deshecho. Esto no es un proceso automático, sino una responsabilidad personal. Sin este paso, nuestras oraciones y ayunos carecen de efectividad, como los sepulcros blanqueados que Jesús criticó (Mateo 23:27), que lucen bien por fuera pero están llenos de podredumbre por dentro.

Hoy, ante la presencia del Señor, debemos arrepentirnos y deshacer cada acción que forma parte de nuestro cuerpo de pecado. Esto incluye cosas que creemos olvidadas, como palabras ociosas, actitudes de incredulidad o decisiones que tomamos en el pasado. Al hacerlo, cumplimos con Juan 8:32: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Que el Señor nos dé la valentía para enfrentar nuestro pasado y destruir el cuerpo de pecado, para que podamos correr con libertad la carrera de la fe.

Que la paz de Dios esté contigo, y que Él cumpla en ti Su propósito. Amén.

La dirección para conectarte a la transmisión es la siguiente: https://youtube.com/live/0s3e8TXiw4Q


Pastores Pedro & Yolanda Montoya


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