Acto 7 y 8: La Verdad de la Salvación: Más Allá de la Confusión
Introducción: Gloria al Dios Creador y Eterno
Que toda honra y gloria sean dadas al único Dios verdadero, el Creador del cielo y de la tierra, el Eterno, el Sustentador que nos formó con Sus manos. Por Su voluntad incuestionable estamos hoy de pie, y a Él, exclusivamente a Él, se debe toda alabanza. Esta enseñanza, que culmina una serie iniciada hace varias semanas, expone con claridad los actos de la salvación, un tema que muchos erróneamente ven como un evento único e indivisible, pero que las Sagradas Escrituras revelan como un proceso extraordinario, compuesto por actos específicos diseñados por Dios en el transcurso del tiempo para redimir a la humanidad. Nos concentramos hoy en los actos séptimo y octavo: la salvación como liberación de la ira de Dios y la vida eterna como destino final.
La Salvación: Un Proceso de Actos Divinos
La salvación no es un momento aislado, sino una serie de pasos que nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, ejecutó con precisión divina. Para entender los actos finales, repasemos los primeros seis, que sientan las bases de este proceso redentor:
- Dios Se Hace Hombre: La Encarnación
Todo comienza con el primer acto, descrito en el Evangelio de Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). El apóstol Pablo lo confirma al escribir: “Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16). Jesús, siendo plenamente Dios, se despojó de Su gloria divina, como dice Filipenses 2:7: “Se anonadó a sí mismo”, tomando la misma naturaleza humana que Adán y Eva. Caminó en la tierra como hombre, enfrentando hambre, cansancio y tentaciones, no usando Su poder divino, sino viviendo como nosotros. ¿Por qué? Para ser el sacrificio perfecto, el sustituto que Dios prefiguró cuando pidió a Abraham ofrecer a Isaac. Este acto es el cimiento: sin un Salvador humano y divino, no habría redención. - La Cruz: Carga de la Pena de Muerte
El segundo acto ocurre en la Cruz del Calvario. Dios había advertido: “El día que de él comieres, de seguro morirás” (Génesis 2:17). Cuando el hombre desobedeció, esa advertencia se convirtió en una condena de muerte para todos, como explica Pablo en Romanos 7:11: “El pecado me engañó y por él me mató”. Dios, siendo justo, no podía ignorar Su propia palabra. Así, Jesús cargó esa pena en Su cuerpo, tomando el castigo que merecíamos. Este acto transfirió la muerte que pesaba sobre cada hombre y mujer a Él, abriendo el camino hacia la libertad. - Consumado Es: Libertad Declarada
A las tres de la tarde, mientras colgaba en la cruz, Jesús exclamó: “Consumado es” (Juan 19:30). Estas palabras resuenan con poder, pues significan que el Hijo del Hombre no vino a condenar, sino a salvar lo que se había perdido (“El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”, Lucas 19:10). Con este tercer acto, somos declarados libres, inocentes ante el juicio de Dios. La deuda está pagada, el precio está saldado. - La Resurrección: Justificación del Hombre
El cuarto acto ocurre el primer día de la semana, cuando Jesús resucita de entre los muertos. Este evento nos justifica, es decir, nos devuelve a la posición que Adán y Eva tenían antes de pecar. Pero no solo eso: recibimos un honor mayor, como dice Hebreos 1:14: “¿No son todos los ángeles espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”. En el Antiguo Testamento, el hombre era “un poco menor que los ángeles” (Salmos 8:5), pero ahora, por la resurrección, ocupamos un lugar de privilegio. - La Reconciliación: Restauración con Dios
Justificados, somos reconciliados con el Padre en el quinto acto. Este paso cumple una profecía del libro de Levítico, donde las primicias se presentaban tras la Pascua. Jesús, como Sumo Sacerdote y Primicia, se presentó ante Dios, sellando nuestra comunión con Él. La parábola del hijo pródigo ilustra esta reconciliación: no solo se restaura al hijo, sino que se le da un lugar de honor. - La Santificación: Transformación por el Espíritu
Aunque no se detalla extensamente en la transcripción, se menciona la santificación como un acto clave. Con la venida del Espíritu Santo, somos liberados de la semilla del pecado, como afirma 1 Juan 3:9: “Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él”. Este proceso nos prepara para los actos finales.
Séptimo Acto: Salvación como Liberación de la Ira de Dios
El séptimo acto, llamado específicamente “salvación”, es una etapa distinta que muchos confunden con la vida eterna. No son lo mismo, y esta enseñanza busca aclararlo con firmeza. La salvación, en este contexto, es ser salvos de la ira de Dios, un período de tiempo terrenal descrito en las Escrituras, no un estado eterno ni un simple sentimiento. Veamos cómo lo revelan los textos bíblicos:
- “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). La ira aquí no es un enojo pasajero de Dios, sino una etapa de juicio que pesa sobre los incrédulos.
- “Por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:5). Este “día de la ira” es un tiempo definido, un proceso que se avecina.
- “Mucho más, habiendo sido ahora justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9). Ser salvos de la ira es el núcleo de este acto.
- “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6). La ira es una consecuencia para quienes rechazan a Cristo.
- En Apocalipsis 14:10, se describe: “Beberá del vino de la ira de Dios, el cual está echado puro en el cáliz de su ira”, un tiempo de tormento para los desobedientes.
Este período es el Milenio, los 1000 años de reinado de Cristo tras Su segunda venida, como dice Apocalipsis 20:4-6: “Reinarán con Cristo mil años… Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección”. Cuando Jesús regrese, los muertos en Cristo resucitarán y los vivos serán transformados en cuerpos glorificados (“Esto mortal se vestirá de inmortalidad”, 1 Corintios 15:54). Él descenderá al Monte de los Olivos (Zacarías 14) y establecerá Su trono en Jerusalén, desde donde gobernará con vara de hierro (“Él los regirá con vara de hierro”, Apocalipsis 19:15). Durante este tiempo, la muerte física será cancelada (“El postrer enemigo que será destruido es la muerte”, 1 Corintios 15:26), y los incrédulos, aunque vivos, sufrirán la ira de Dios sin poder escapar.
Sin embargo, no todos los que se llaman cristianos participarán. Jesús advierte: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mateo 7:21-23). Algunos, incluso habiendo profetizado o hecho milagros, serán rechazados como “obradores de maldad”. La parábola de los talentos (Mateo 25:24-30) muestra al siervo negligente arrojado a las tinieblas exteriores. Ser salvo de la ira exige obediencia, no solo membresía en una iglesia o profesar fe superficialmente. Durante el Milenio, los salvos participarán en las bodas del Cordero (Apocalipsis 19) y algunos gobernarán las naciones (“¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?”, 1 Corintios 6:2), mientras los desobedientes enfrentan 1000 años de juicio.
Octavo Acto: La Vida Eterna, una Nueva Creación Espiritual
El octavo acto es la vida eterna, el destino final tras el Milenio. Apocalipsis 21:1-9 lo describe con claridad: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron… y la muerte no será más, ni habrá llanto, ni clamor, ni dolor”. Esta no es una renovación de lo actual, sino una creación completamente nueva, espiritual y angélica. Todo lo material —el universo entero, con su inmensidad que la ciencia no ha abarcado— será destruido. Solo quienes estén en el Libro de la Vida entrarán, tras el juicio del Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15), donde los incrédulos, Satanás, la muerte y el infierno serán arrojados al lago de fuego (“la muerte segunda”, Apocalipsis 21:8).
Antes de la vida eterna, al inicio del Milenio, el Tribunal de Cristo evaluará a los salvos para asignarles roles de gobierno según sus obras (“Bien, buen siervo y fiel”, Mateo 25:21). Al final de los 1000 años, el Gran Trono Blanco sellará el destino de todos, declarando a los fieles dignos de la vida eterna y condenando a los demás a destrucción total.
Conclusión: Un Llamado a la Acción
La gracia está disponible hoy, pero se cerrará con la venida de Cristo. No basta con saber o profesar; la fe exige vivir bajo Su voluntad. “Si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Timoteo 2:12). Que no seamos como el siervo que dijo: “Yo sabía”, pero no actuó. Este es el tiempo de someternos a la palabra de la Cruz, locura para el mundo, pero poder de Dios para los salvos. Que esta enseñanza nos despierte y nos prepare para ser hallados dignos de la salvación y la vida eterna.
La dirección para conectarte a la transmisión es la siguiente: https://youtube.com/live/v89XKh9mH3A
Bendiciones,