Conociendo Acerca de los Actos de la Salvación
La paz del Señor sea contigo y con tu casa. Damos gracias al Dios Eterno y Todopoderoso por un día más de vida que nos concede. La vida proviene de Él, y en Su gracia nos permite vivir conforme a Su voluntad. Por eso le agradecemos y valoramos la oportunidad de reunirnos para exponernos ante Su palabra.
Hoy iniciamos una serie de enseñanzas sobre el Evangelio. ¿Qué es el Evangelio? ¿En qué consiste? Hay razones fundamentales para estudiarlo. La primera es que Dios nos instruye a hacerlo, estableciendo la enseñanza del Evangelio como un mandato divino. La segunda razón es que, lamentablemente, en nuestros tiempos se ha difundido un evangelio comercial que facilita el acceso al Reino de Dios sin explicar la responsabilidad que asumimos al venir a Cristo Jesús.
El Señor, al hablar a Sus discípulos sobre las buenas nuevas del Reino de los cielos, dijo: “Si alguno viene a mí y no se niega a sí mismo ni toma su cruz, no puede ser mi discípulo”. Estas palabras revelan que, aunque entrar al Evangelio es por la gracia de Dios, implica una responsabilidad. Cada hombre y mujer que se acerca a Cristo adquiere el deber de ser digno de la obra que se le confía. Somos llamados a la libertad, pero no debemos confundirla con libertinaje. Si alguien viene a Cristo sin entender esto, camina en desorden, y por eso es crucial estudiar el Evangelio del Reino de los cielos.
El Evangelio no es el hombre buscando a Dios, sino Dios acercándose al hombre. La iniciativa no la tomamos nosotros; la tomó Él. Como dice el apóstol Pablo: “Estando muertos en nuestros delitos y pecados, Él se ofreció a Sí mismo”. No se trata de un Dios que satisface caprichos o deseos personales sin que entendamos para qué nos escogió y nos estableció en Su Reino. Sin embargo, el mensaje que se ha propagado presenta a Dios como un recurso para los intereses humanos, algo que las Escrituras no enseñan.
Por eso comenzamos esta serie con un propósito: entender el beneficio, la autoridad, los alcances y los atributos del Evangelio del Reino de los cielos. La palabra del Señor nos muestra que, por medio del Evangelio, el hombre es justificado, reconciliado, santificado y recibe vida eterna. Estos son dones que muchos desconocen, lo que hace esencial este estudio. Lo primero que debemos establecer es qué es el Evangelio y en qué consiste. El Evangelio es la doctrina de la salvación del hombre y la mujer, un mensaje sencillo pero de gran potencia. Consiste en el perdón de pecados y la reconciliación con Dios por medio de Cristo Jesús, no en lo que Dios puede hacer por nosotros, sino en Su oferta de redención.
Pero surge una pregunta: ¿salvarnos de qué? Romanos 3:23 dice: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Este es el fundamento del Evangelio. No somos pecadores porque pecamos, sino porque nacemos con una naturaleza pecaminosa. Todos —los que fueron, son y serán— han pecado y están separados de la gloria de Dios. Génesis 3 muestra esta realidad: Adán y Eva, al desobedecer, fueron expulsados del Edén, simbolizando la separación del hombre y la mujer de la presencia divina. Romanos 6:23 añade: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro”. El pecado trajo una condena de muerte, no porque Dios quisiera castigarnos, sino porque la desobediencia a Su palabra siempre lleva a la muerte.
Esta condena pesa sobre todos, independientemente de sus actos. No importa si alguien nunca ha caído en vicios o maldades; por haber nacido bajo la condición pecaminosa heredada de Adán y Eva, hay una sentencia de muerte espiritual, una separación de Dios. El Evangelio es la respuesta a esto: un mensaje de salvación, perdón y reconciliación. Nadie puede acercarse a Dios por su propia iniciativa, pues el pecado creó un abismo. Por eso, el Evangelio se centra en Cristo Jesús. Lucas 19:10 declara: “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. ¿Qué se perdió? La humanidad, condenada por el pecado. Cristo vino a salvarnos de esa sentencia de muerte.
En 1 Timoteo 1:15 leemos: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. Pecadores no son solo los que cometen actos visibles de maldad; somos todos, porque nacimos en pecado. Muchos piensan: “¿De qué debo arrepentirme si no he hecho nada malo?”. Pero el arrepentimiento no es solo por acciones, sino por nuestra condición pecaminosa. Como dice el salmista en Salmo 51:5: “En pecado me concibió mi madre”. Por eso, Juan el Bautista y Jesús comenzaron su mensaje con: “Arrepentíos y convertíos, porque el Reino de los cielos se ha acercado”. Sin arrepentimiento, la conversión es incompleta.
Tito 2:14 afirma que Cristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Iniquidad es rebelión contra Dios, y muchos, incluso dentro de la iglesia, viven en oposición a Su voluntad, buscando sus propios intereses y viendo a Dios como un medio para sus fines. Pero Gálatas 2:20 nos corrige: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. La vida de fe no se trata de nuestros planes, sino de cumplir el propósito para el cual Él nos llamó.
El Reino de los cielos exige responsabilidad. Mateo 11:12 dice: “El Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”. Entrar requiere compromiso, no solo aceptar a Jesús como una fórmula. Tito 2:14 nos llama a dejar la rebelión y vivir para las buenas obras que Dios dispuso. En 1 Timoteo 2:5 leemos: “Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. El Evangelio se centra en Jesús; cualquier mensaje que lo excluya no es Evangelio. No es un código moral ni una herramienta psicológica, sino una transformación de nuestra naturaleza pecaminosa a la imagen de Cristo (Efesios 4:13).
Hechos 4:12 refuerza: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos”. Somos salvos del pecado y de la muerte espiritual solo por Jesús en la Cruz. 1 Corintios 1:17-18 dice: “Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el Evangelio, no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es potencia de Dios”. La cruz es el fundamento del Evangelio: Jesús tomó nuestro lugar, pagando la condena que merecíamos. Por Su sangre, encontramos perdón, justificación, santificación y vida eterna.
Sin embargo, la crucifixión de Cristo no salva automáticamente. Debemos acercarnos a la cruz en arrepentimiento, reconociendo nuestra condición pecaminosa y que Él cargó nuestra deuda. Sin esto, no hay salvación. Muchos en la iglesia creen que basta con decir “acepto a Jesús”, pero si no hay arrepentimiento, pueden ser cizaña entre el trigo (Mateo 13:24-30), aparentando fe sin transformación.
El Evangelio no se adapta a nosotros; nosotros nos sujetamos a él. Es locura para los que se pierden, pero potencia para los salvos. Dios nos llama a una vida de poder (dýnamis, como dinamita), pero solo la alcanzamos al reconocer en la cruz nuestra redención. No importa cuántos años llevemos en la iglesia; si no nos hemos arrepentido y acercado a Cristo como pecadores, no vivimos esa potencia.
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