¡La paz del Señor sea contigo y con tu casa!
Bendito sea el Dios Eterno, el Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra, cuyo Santo Nombre invocamos en este tiempo que Él, en Su infinita Gracia, nos concede para exponernos ante Su Palabra poderosa y para ser transformados por el Poder de Su Santo Espíritu. ¡Gloria sea al Dios Perfecto, al Dios Santo, al Dios que nos llama a vivir en Su Verdad y en Su Plenitud!
El tema de la perfección, hermanos, es un tema central, un tema doctrinal que resuena en las Sagradas Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. No es una mera sugerencia, no es una opción, sino una demanda divina, un mandato claro del Dios Vivo. Escuchad la Palabra del Señor en el Evangelio según Mateo, en el Sermón del Monte, donde Jesús el Cristo, nuestro Salvador, declara con autoridad: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¡Qué declaración tan poderosa! ¡Qué llamado tan sublime! El Señor nos invita a reflejar la Perfección de nuestro Padre Celestial, a vivir en Su Santidad, a caminar en Su Verdad.
Y si retrocedemos al libro de Génesis, vemos que el Señor, en Su Soberanía, se aparece a Abraham a los 99 años y le dice con claridad: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1). Este mandato no es exclusivo del Antiguo Testamento, pues en el Nuevo Testamento se reitera. La perfección no es una virtud opcional, no es algo que el hombre o la mujer puedan elegir a su antojo. Es una demanda divina, un propósito establecido por el Dios Eterno para que, mientras estemos en esta tierra, reflejemos Su Naturaleza Perfecta, Su Santidad, Su Justicia. ¿De qué serviría proclamar a un Dios Perfecto si nosotros, los que invocamos Su Nombre, no caminamos en perfección? El Señor, hablando a Su pueblo Israel y por extensión a cada uno de nosotros, nos exhorta: “Sed santos, porque Yo soy Santo” (Levítico 19:2). ¡La perfección es un llamado, una demanda, un propósito eterno de Dios para Sus hijos!
Hoy, hermanos, nos sumergimos en la enseñanza del apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, en Efesios, capítulo 4, versículo 13, que nos dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe, y al conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Este texto nos revela que la perfección es un proceso, un camino de crecimiento espiritual, un desarrollo continuo en el que todo hombre y toda mujer de fe deben avanzar. No es algo instantáneo, no es algo que se logra de la noche a la mañana, sino un proceso que requiere fe, obediencia y compromiso. La vida de fe, hermanos, es una vida de perfección. No podemos separar la fe de la perfección, como si fuera algo opcional o un accesorio. ¡No! La fe y la perfección están intrínsecamente unidas, porque cada uno de nosotros, que hemos reconocido a Jesús el Cristo como nuestro Señor y Salvador, estamos llamados a caminar bajo Su señorío, a hacer Su voluntad y a vivir en perfección.
En Efesios 4:12-13, el apóstol Pablo nos da el contexto: “Para la perfección de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”. Aquí se nos presenta la perfección como un proceso que involucra tres dimensiones fundamentales, tres áreas en las que nuestra fe debe crecer de manera equilibrada. Estas no son áreas aisladas, no son opcionales, sino que deben desarrollarse conjuntamente para que alcancemos la unidad de la fe. ¿Cuáles son estas tres áreas? Escuchad con atención, porque el Espíritu de Dios nos está hablando.
Primera área: La fe en la vida cotidiana.
La fe en la vida cotidiana es la fe que nos acompaña en el día a día, en lo cotidiano, en lo ordinario: en el supermercado, en el trabajo, en la escuela, en la universidad, en el transporte público, en las calles que recorremos. Es la fe que nos guarda, que nos protege, que nos guía en medio de un mundo lleno de trampas espirituales. El apóstol Pablo, en 1 Tesalonicenses 1:9, nos dice: “Porque ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero”. ¡Qué poderoso es esto! La fe en la vida cotidiana nos lleva a convertirnos de los ídolos, a apartarnos de todo lo que se levanta contra el conocimiento de Dios, para servir al Dios Vivo y Verdadero.
Hoy, hermanos, vivimos en un mundo saturado de idolatría. No penséis que los ídolos son solo estatuas o figuras en templos antiguos. No, los ídolos de hoy están en todas partes: en los productos comerciales, en los valores que el mundo promueve, en las prácticas que muchos consideran normales. En Apocalipsis 18:23, la Palabra nos advierte: “Porque tus mercaderes eran los grandes de la tierra; porque por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones”. Los mercaderes del mundo, en su afán de lucro, han consagrado sus productos a fuerzas demoníacas, a prácticas de hechicería y brujería. ¿Habéis visto cómo en algunos lugares lavan las aceras con aguas tratadas con hierbas como la ruda, no para limpiar, sino para atraer clientes mediante hechicería? ¿Habéis notado los ajos colgados en los dinteles de las puertas, no como adornos, sino como prácticas de brujería? Estas cosas no son ingenuas, no son tradiciones inofensivas. Son trampas del enemigo para atrapar espiritualmente a los incautos.
La fe en la vida cotidiana nos llama a estar alerta, a no participar en las obras de las tinieblas, como dice Efesios 5:11: “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas”. No basta con no adorar ídolos; debemos reprender la idolatría, denunciar las prácticas que el enemigo ha establecido en nuestros entornos. Vivimos en un mundo donde la hechicería y la brujería están presentes en los productos que consumimos, en los lugares que visitamos, incluso en los gobernantes que consultan chamanes para mantenerse en el poder. Por eso, la fe en la vida cotidiana es una fe activa, una fe que discierne, que reprende, que no se contamina. Como dice 2 Corintios 6:14-17: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? […] Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. ¡La fe en la vida cotidiana nos guarda de alianzas con lo que no agrada a Dios!
Segunda área: La fe en el conocimiento doctrinal.
La fe en el conocimiento doctrinal es esencial, porque nos ancla en la Verdad de Dios frente a las crisis de la vida. Muchos hombres y mujeres asisten a la iglesia, pero carecen de un conocimiento sólido de la doctrina del Reino de los Cielos. No saben qué significa el bautismo, no entienden la resurrección de los muertos, no comprenden la realidad del cielo o la vida eterna. No han crecido en la fe doctrinal, y por eso, cuando enfrentan pruebas como la pérdida de un ser querido, caen en crisis de fe. La fe doctrinal nos da convicción, nos da certeza. Como dice Mateo 24:13: “El que persevere hasta el fin, este será salvo”. Perseverar implica mantenernos firmes en lo que hemos sido enseñados, en la doctrina de Cristo.
La fe doctrinal no es solo escuchar palabras de aliento; es capacitarnos en los misterios del Reino, entender quién es Jesús el Cristo, cómo se manifiesta el Espíritu Santo, qué significa la guerra espiritual. Sin este conocimiento, nos volvemos vulnerables. Como dice Lucas 1:4, el evangelista escribe a Teófilo “para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido”. La fe doctrinal nos fortalece para enfrentar lo que está fuera de nuestro control: la muerte, la enfermedad, las circunstancias imprevistas. Es un ancla que nos sostiene.
Tercera área: La fe en la persecución o la prueba.
Finalmente, la fe en la persecución o la prueba es crucial, porque la persecución es parte de la vida de fe. En 1 Tesalonicenses 1:6-8, leemos: “Y vosotros fuisteis hechos imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en mucha tribulación, con gozo del Espíritu Santo, de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los que han creído en Macedonia y Acaya”. La persecución no es algo que debamos temer, sino algo para lo que debemos estar preparados. En Hechos 14:22, se nos dice: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de Dios”. La prueba, la tribulación, la crisis son parte del camino de fe, y nuestra fe debe ser fuerte, estable, firme para no desmayar.
Muchos creyentes no están preparados para la persecución porque no han desarrollado su fe en esta área. Creen que todo será fácil, que la vida de fe es solo bendición y prosperidad. Pero Jesús el Cristo nos advirtió en Mateo 24:21: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Vivimos en tiempos proféticos, tiempos finales, donde la persecución no solo es religiosa, sino que abarca todos los ámbitos de la vida. Por eso, debemos crecer en la fe que nos sostiene en la prueba, que nos mantiene firmes en el día malo, como dice Efesios 6:13: “Para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.
Hermanos, la unidad de la fe, como nos enseña Efesios 4:13, implica crecer equilibradamente en estas tres áreas: la fe en la vida cotidiana, la fe en el conocimiento doctrinal y la fe en la persecución. No podemos crecer solo en una y descuidar las otras, porque entonces nuestra fe será desbalanceada, incompleta. La fe no es solo para pedir milagros, no es solo para resolver problemas, no es solo para los momentos en la iglesia. La fe es para todo, para cada aspecto de nuestra vida, para cada desafío, para cada entorno. Como dice Mateo 28:20, Jesús el Cristo prometió: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¡Él está con nosotros siempre, en cada momento, en cada lugar!
Por eso, hermanos, el llamado es claro: crezcamos en la fe, desarrollemos la fe en la vida cotidiana para no ser contaminados por la idolatría y la hechicería del mundo; crezcamos en la fe doctrinal para estar anclados en la Verdad; crezcamos en la fe en la persecución para permanecer firmes en la prueba. Que al exponernos a esta Palabra, tomemos la decisión de fortalecer las áreas donde hemos sido débiles, para que, como dice el apóstol Pablo, alcancemos “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. ¡La paz del Señor sea contigo, y que Su Espíritu te guíe a caminar en perfección! Amén.
La dirección para conectarte a la transmisión es la siguiente: https://youtube.com/live/3YxYcCwRNuc
Bendiciones,