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Un Llamado Doctrinal: La Perfección en Cristo Jesús


Que la paz del Señor sea contigo y con tu casa.

Doy gracias al Dios eterno, el Todopoderoso, creador de los cielos y la tierra, por este momento que, en su infinita gracia y misericordia, nos concede para acercarnos a su Palabra. A través de ella, y por la acción del Espíritu Santo, nuestras vidas pueden alinearse con el propósito que Dios ha trazado para cada uno de nosotros. No estamos aquí por mera voluntad humana, ni siquiera por la de nuestros padres, aunque ellos formaron parte del proceso. Estamos en este mundo porque al Dios eterno le agradó que existiéramos, lo que significa que cada vida tiene un propósito divino, una misión que cumplir. Cada vez que nos exponemos a la Palabra de Dios, como nos enseña «la palabra nos limpia» (Juan 15:3), no solo para nuestro beneficio personal, sino para que podamos escuchar su voz, ver su obra y caminar conforme a su voluntad. Este tiempo es de purificación, sanidad y perfeccionamiento, un proceso en el que somos corregidos por el poder de la Palabra y el Espíritu Santo.

Hoy iniciamos una serie de enseñanzas sobre la perfección, un tema que no es filosófico, como a veces se ha presentado erróneamente, sino profundamente bíblico y doctrinal. Encontramos su fundamento tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En la epístola a los Hebreos, leemos: «Por lo tanto, dejando las cosas elementales de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección» (Hebreos 6:1). La perfección no es un concepto abstracto, sino una doctrina que se deriva directamente de la enseñanza de Cristo. Lamentablemente, en muchos círculos cristianos predomina una idea filosófica que limita la perfección a Dios, negando que los creyentes puedan alcanzarla. Sin embargo, la Escritura nos enseña lo contrario: la perfección es un mandato divino para ser desarrollado en esta vida, no en el cielo. Es una exigencia para quienes caminamos por fe.

En el Antiguo Testamento, Dios se aparece a Abraham a los 99 años y le dice: «Camina delante de mí y sé perfecto» (Génesis 17:1). Abraham, conocido como el padre de la fe, nos muestra que la perfección está intrínsecamente ligada a la fe. Caminar en la fe de Jesús el Cristo es caminar en la perfección. Jesús el Cristo mismo, en el Sermón del Monte, nos exhorta: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateo 5:48). Asimismo, el apóstol Pablo escribe en Efesios: «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13). La perfección no es opcional; es una demanda divina para todo aquel que profesa la fe.

En las Escrituras, las palabras hebrea tam y griega teleios se usan para referirse a la perfección. Sin embargo, los traductores a menudo han reemplazado estas palabras por términos como «integridad», «madurez» o «completitud», lo que ha diluido su significado doctrinal. Por ejemplo, cuando leemos que la comida sólida es para los «perfectos» (Hebreos 5:14), la palabra original es teleios, que implica un estado de madurez espiritual, no solo una cualidad de carácter. La perfección es un proceso, un camino que comienza, se fortalece y se afirma en tres etapas espirituales.

Primera Etapa: Desarraigarse del Mundo

El primer paso hacia la perfección es renunciar al apego por las cosas de este mundo. Jesús el Cristo nos advierte: «Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se apegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6:24). En la parábola del sembrador, Jesús el Cristo describe cómo las semillas caídas junto al camino, entre pedregales o espinos no producen fruto porque están demasiado cerca del mundo o ahogadas por sus deseos (Mateo 13:3-9). Estas semillas representan vidas que, aunque están en el Reino, no han cortado sus lazos con lo mundano. Jesús el Cristo también nos exhorta: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:19-21). Si nuestro corazón está apegado a lo terrenal, cuando estas cosas desaparezcan, nuestra fe también se desvanecerá.

Segunda Etapa: Rechazar Recursos Mundanos

La perfección se fortalece cuando decidimos no depender de recursos que no provienen de Dios. En Génesis, Abraham demuestra este principio al rechazar la oferta del rey de Sodoma: «He alzado mi mano a Jehová, Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abraham» (Génesis 14:22-23). Abraham hizo un pacto con Dios de no valerse de recursos mundanos, confiando únicamente en la provisión divina. Cuando usamos recursos fuera de la voluntad de Dios, nos salimos de su cobertura. El Salmo 91 nos recuerda: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente» (Salmos 91:1). Sin embargo, al aceptar lo que el mundo ofrece, como en las tentaciones de Jesús el Cristo (Mateo 4:8-10), nos sometemos al enemigo, quien busca que nos postremos ante él.

Tercera Etapa: Caminar en la Fe de Cristo

La perfección se afirma cuando vivimos plenamente por la fe en Cristo. Pablo declara: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivimos yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). Vivir por fe significa confiar en que Dios conoce nuestras necesidades, como Jesús el Cristo enseña: «Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis» (Mateo 6:8). La fe no es circunstancial; no podemos ser creyentes solo cuando todo va bien. En el Sermón del Monte, Jesús el Cristo compara al hombre que oye y obedece su palabra con el que construye su casa sobre la roca, resistente a las tormentas (Mateo 7:24-27). Las pruebas no indican la ausencia de Dios, sino que son oportunidades para afianzar nuestra fe. En conclusión, la vida de fe es la vida de perfección. No basta con decir «tengo fe» si no hemos iniciado el camino de desarraigarnos del mundo, rechazar sus recursos y vivir plenamente en la fe de Cristo. Como dice Juan: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). Para caminar en perfección, debemos morir al mundo y vivir para Cristo. Que esta enseñanza nos impulse a revisar nuestras vidas, a despojarnos de todo lo que nos ata al mundo y a perseguir el premio del supremo llamamiento, como Pablo lo expresó: «Todo lo tengo por basura, por ganar a Cristo» (Filipenses 3:8). Que la paz del Señor nos guíe hacia la perfección en Él.

La dirección para conectarte a la transmisión es la siguiente: https://youtube.com/live/EnxVxd4u3QY

Bendiciones,


Pastores Pedro & Yolanda Montoya


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