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El Nuevo Nacimiento: El Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús


Enseñanza sobre el nuevo nacimiento a la vida de fe en Cristo Jesús


Que la paz del Señor esté contigo y con tu casa. El Dios eterno, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, ha sido bueno, infinitamente bueno, y a Él, solo a Él, sea la honra y la gloria.

Damos inicio a una serie de estudios que nos llevará a explorar un tema profundo y transformador: el nuevo nacimiento. Aunque la expresión «nuevo nacimiento» resuena con frecuencia en los círculos eclesiásticos y cristianos, son pocos los que comprenden su esencia a la luz de la gracia y la misericordia de Dios, reveladas en Su Palabra. Por ello, nos sumergiremos en las Sagradas Escrituras para descubrir qué es el nuevo nacimiento, cuál es su alcance y qué nos enseña acerca de la vida que Dios desea para nosotros.

El nuevo nacimiento: un acto divino de transformación

Para comenzar, es fundamental reconocer que el nuevo nacimiento es un acto de Dios. Todo lo que el hombre y la mujer reciben en términos de salvación proviene de Él. No es un evento aislado ni una acción humana, sino una obra divina que se despliega progresivamente en la vida de quienes conocen y establecen el Reino de Dios en su corazón. Este acto, en su esencia, es una transformación espiritual que da origen a una nueva existencia: una vida de fe en Cristo Jesús.

El apóstol Pablo lo expresó con claridad en “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gálatas 2:20). Así, el nuevo nacimiento no se trata de un simple cambio de religión, como algunos podrían suponer al decir “me hice evangélico”. No es un ajuste de creencias externas ni una adopción de nuevas prácticas. Es, más bien, un nacer a una vida de fe, un proceso que trasciende lo superficial y se manifiesta en la conducta, los pensamientos y los sentimientos, reflejando una transformación interna que brota del Espíritu de Dios.

Una promesa profética desde los tiempos antiguos

El nuevo nacimiento no es una novedad exclusiva del cristianismo ni un concepto que haya surgido únicamente con el ministerio de Jesús. Aunque en Él se cumplió plenamente, su raíz se encuentra en el Antiguo Testamento, tejido en la ley mosaica y anunciado por los profetas como una promesa divina. En “Santificaréis el año quincuagésimo, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; este os será jubileo, y volveréis cada uno a su posesión, y cada cual a su familia” (Levítico 25:10), vemos una imagen poderosa: el Año del Jubileo. Este tiempo especial, cada cincuenta años, permitía al pueblo de Israel un nuevo comienzo. Las deudas eran perdonadas, las tierras regresaban a sus dueños originales y los esclavos recobraban su libertad. Era un renacer, un reinicio que prefiguraba la obra redentora de Dios.

Más adelante, los profetas amplifican esta promesa. Ezequiel declara: “Os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré mi Espíritu dentro de vosotros, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27). Y en otro pasaje: “Pondré mi Espíritu en vosotros y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo, Jehová, hablé y lo hice” (Ezequiel 37:14). Estas palabras no solo apuntan a una renovación física o política, como algunos en Israel interpretaron, sino a una transformación espiritual profunda, un nuevo pacto que se materializaría en Cristo.

Jeremías lo confirma al decir: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá… Daré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:31, 33). Isaías añade: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (Isaías 44:3). Y Joel profetiza: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas… y aún sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29). Este nuevo pacto, universal e inquebrantable, no depende de la voluntad humana para sostenerse, pues está escrito en el corazón por la mano de Dios.

El cumplimiento en Cristo: un nuevo pacto en Su sangre

En el Nuevo Testamento, esta promesa se hace realidad. Durante la Última Cena, Jesús levanta el cáliz y proclama: “Este vaso es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20). Con estas palabras, el nuevo nacimiento encuentra su fundamento: un pacto sellado en la sangre de Cristo, que no solo cumple las promesas del pasado, sino que las lleva a su plenitud. No es un concepto abstracto, sino una realidad viva que transforma a quienes lo aceptan.

Este cumplimiento se ilustra vívidamente en el encuentro entre Jesús y Nicodemo, narrado en Juan 3:1-8. Nicodemo, un fariseo y líder judío, se acerca a Jesús de noche y le dice: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no está Dios con él”. Jesús responde con una declaración que sacude su entendimiento: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Perplejo, Nicodemo pregunta: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre?”. Jesús aclara: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6). Y añade: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).

Las estipulaciones del nuevo pacto

El nuevo nacimiento, como nuevo pacto en la sangre de Cristo, no es solo un regalo de gracia; también implica responsabilidad. Este pacto tiene estipulaciones claras, establecidas por Dios, que nos invitan a reflexionar profundamente:

  1. Los términos los establece Dios. Jesús lo deja claro: “Si no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). No somos nosotros quienes definimos las condiciones. Cuántas veces hemos intentado negociar con Dios, diciendo: “Si me das esto, te serviré” o “Si cumples aquello, obedeceré”. Pero el nuevo nacimiento no funciona así. Los términos son divinos, no humanos, y aceptarlos es el primer paso para vivir en este pacto.
  2. El nuevo nacimiento está condicionado. Jesús insiste: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Esta verdad se repite en otros pasajes, como “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21) o “Ninguno que poniendo su mano en el arado y mira atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62). La gracia es inmerecida, sí, pero exige una respuesta: obediencia y fe. Ignorar estas condiciones es cerrar los ojos a la totalidad del Evangelio.
  3. Vivimos como peregrinos y extranjeros. Jesús compara al nacido del Espíritu con el viento: impredecible, libre de ataduras terrenales. El Antiguo Testamento ya lo enseñaba: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; vosotros peregrinos y extranjeros sois para conmigo” (Levítico 25:23). Pedro lo reafirma: “Os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Quien nace de nuevo no se aferra a las cosas de este mundo —propiedades, logros, relaciones— porque su ciudadanía está en el cielo.

Una vida de fe, no de conveniencias

El nuevo nacimiento no es un medio para obtener bendiciones materiales ni una fórmula para una vida cómoda. Es un llamado a vivir por fe, no por vista ni por deseos humanos. Muchos se acercan al Evangelio buscando promesas de prosperidad, pero el pacto exige más: una entrega total a los términos de Dios, una disposición a caminar en Sus condiciones y una vida que refleje nuestra identidad como peregrinos en esta tierra.

Así, el nuevo nacimiento nos lleva a la esperanza de gloria, a escuchar algún día: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). Que esta verdad transforme nuestro corazón y nos guíe a vivir plenamente en el nuevo pacto sellado en la sangre de Cristo. Amén.


La dirección para conectarte a la transmisión es la siguiente: https://youtube.com/live/x95O3vzBOA8

Bendiciones,


Pastor Pedro Montoya


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