Nadie conoce a Dios en un instituto bíblico, en un seminario, o en alguna facultad teológica.
La tendencia en aquellos que “quieren servir a Dios”, o han recibido un “llamado” ministerial, es inscribirse en alguna facultad teológica para adquirir las destrezas y el conocimiento necesario para predicar y ministrar adecuadamente, pero olvidan que el fundamento de un ministerio es conocer a Dios.
La diferencia entre el Pablo que perseguía a los discípulos del Señor,[1] y el Pablo que confundía a los judíos afirmando que Jesús es el Cristo,[2] al cual él perseguía, la hizo la respuesta a una de las preguntas que formuló en el camino a Damasco: ¿Quién eres, Señor?
¿Quién es Dios? ¿Le conocemos? ¿Predicamos porque le conocemos, o sencillamente predicamos lo que aprendimos de Él por referencia?
La responsabilidad es grande, porque muchas veces resultamos comprometiendo la veracidad de Dios por palabras o mensajes que presentamos como salidos de la boca de Dios, y Él no dijo nada de eso.
El problema que tenemos de frente es que ignoramos que nadie puede conocer a Dios si Él no se le revela a sí mismo. Observemos lo que la Biblia dice al respecto.
[1] Hechos de los Apóstoles 9:1
[2] Ídem 9:22