Dios no puede ser definido, ni explicado. Dios no es materia de estudio.
La primera enseñanza que los hijos de Israel recibieron cuando llegaron al monte Sinaí, en el tercer mes de su salida de Egipto,[1] fue que no podían tener dioses ajenos, ni siquiera hacerse imagen alguna, de ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. [2] Situación bastante compleja para ellos si se toma en cuenta que la realidad de Egipto era la de una sociedad construida sobre la presencia de muchos dioses cotidianos.
La razón es sencilla. Todo aquello que pueda o permita explicación, o definición, no es Dios. Dios no puede ser definido.
De hecho, por espacio de esos primeros cincuenta días de viaje por el desierto, Dios se había manifestado a ellos de diferentes maneras, y nunca repitió una misma forma de manifestación, precisamente para borrar rastro al ojo humano y que por ello alguien pudiera interpretarlo cada vez que se repitiera esa misma forma en el futuro.
[1] Éxodo 19:1
[2] Ídem 20:3